
A menudo las personas, los lugares, me recuerdan a ciertas músicas, cuando normalmente la gente con la que hablo me dice que le sucede al contrario: el sonido antecede a esa atribución. “Mamá” es una canción antigua y “aquel chico de clase”, un tema rico en matices, sobre todo para no haber intercambiado palabra alguna.
La primera vez que escuché a Dark Dark Dark no sabía muy bien ante qué me encontraba. Decidí no prestarle mucha atención, pero meses más tarde vino un viaje por la Europa del Este y entonces, rememoré aquella música que parece cruzar el océano con una facilidad asombrosa.
Quizás “Daydreaming” no sea el tema más representativo de este grupo de folk formado en Minneapolis, que bebe como un combinado de diferentes músicas complementarias y distintas regiones espaciales: el jazz de Nueva Orleans, los vientos metales, acordeones y cuerdas que hubieran utilizado el mejor Goran Bregovic o Emir Kusturica o el pop más melódico y modulante. Sin embargo, nos encontramos ante una canción memorable, un canto esperanzador y melancólico que se mece como si en una cena de amigos, todos bailaran celebrando estar vivos.
Todo el álbum Wild go (2011) es en sí un tributo a la pequeña escena, una colección pictórica de momentos que merecieran llevar un septeto refinado como acompañamiento. The Snow magic (2008) o su particular Bright Bright Bright (2011) parecen no saber ubicarnos en el espacio y por qué no, tampoco en el tiempo, pero quizás la música de Dark Dark Dark esté precisamente en el camino, en un no-lugar, como si de una road movie se tratara.
Invitaré a cenar a mis amigos, escuharemos “Daydreaming”. Cuando se vayan, quizás sean los himnos como este la razón para recordar los buenos momentos y no al contrario.