Entre la ética y la estética puede haber un camino poco tortuoso, que confluya quizás en el superlativo inglés. Un est-. También un estado de gracia entre la forma y el contenido, el continente y la esencia del por qué de las cosas. Si a la música se le vendara la mirada, quedaría sólo un oído. Una ética sin estética, quizás, o una idea desnuda, reforzada también por esos cueros.

En Kitty, Daisy & Lewis todo es siempre vintage. Hasta una sonrisa vintage endulza esos tupés vintage con esa Hammond de los 50. Pero también los hermanos Durham exhalan swing y buen hacer en ese ritmo bailable. Ya sabemos: también es digna de admiración esa anacronía entre la corta edad y un tiempo no correspondido. Tampoco mi padre esperó nunca mi predilección por Santana.

Su disco de 2005, del mismo nombre., constituye un buen punto de arranque en el panorama del rockabilly, ese género al menos tan estético en estos tiempos de revival. Se agradece la frescura y la intención y el discurso temático alegre, a la vista y al oído, a la ética y a la estética.

Buen sábado.