
No alcanzo a acostumbrarme nunca a la falta de un sentido. Como mujer, tampoco es mi intención apelar a aquel suplementario atribuido a las féminas como forma de colocarme a la par con respecto al resto de seres habituales. Uno debe intentar llevar siempre su condición inherente con la mejor maestría. Entre la anomia y la anosmia discurren precisas varias preciosas acepciones y al menos unos cuantos olores. De entre todos, yo añoro aquellos de los vinos, por darle al relato la literatura que también ha de respirarse. Pero a veces la sinestesia es mágica: cuando la voz parece haber macerado en un coñac viejo, el oído hace las veces para escuchar las fragancias invisibles.
“Tom Traubert´s Blues” es un tema melódico donde el mejor Tom Waits revive la voz que, durante mucho tiempo, se curtió en la noche y en las barras de bar donde transcurren las historias. Small Change (1976) ya muestra un matiz áspero y oscuro en los tonos, ¿pero qué sino las esquinas es lo que hace a las voces dignas del recuerdo y la mención siempre presente?
“Cuatro hojas al viento en Copenhagen” es ese subtítulo que revela este blues del quejío. Quizás sean también los vientos de la música los que nos devuelven los olores. Buen miércoles.