
Puede ser quizás la historia del blues uno de los mayores entresijos de microcuentos habidos en la existencia de los hombres. Esa música que nace del algodón y de la dura rutina bajo el sol canta a la pena y a la gloria de que algún día la libertad, por encima de la colina y bajo el sudor de la frente, nos será concedida. Al igual que el duende se apodera de ciertas voces y oídos, también el estado de ánimo se propaga a través del aire como pieza incontenible del sonido. También en la polifacética boca de los dioses cantan las libélulas.
John Mayall ha sido una de las personalidades musicales más señaladas en el panorama del blues inglés de todos los tiempos. De otra parte, esta canción podría formar parte del gran imaginario del folk americano, que nos describe páramos y ríos, voces y arrullos donde la carretera es el hogar que siempre nos coge de la mano en el camino. La fusión con el blues siempre marcada y la certeza de la nota y la armónica que siempre crujen cuando nos desvelamos está presente en Jazz-Blues Fusion (1972) este disco tempranísimo que transporta y embellece los modos y las formas y que conforma una pieza clave en la trayectoria del músico británico.
Buen miércoles.