
Uno no sabe nunca qué esperar de Ryan Adams. Si cuando le diagnosticaron la enfermedad de Menière (un trastorno que afecta al oído interno, a la audición y al equilibrio) muchos dieron la toalla por tirada, sorprendió a propios y extraños volviendo a lo grande; si cuando su colaboración con The Cardinals se fue a pique muchos dijeron que se acabó; si cuando volvía a la canción de autor suave muchos dijeron que se acabó el Rock'n'roll... Y nada, no se acaba.
Ryan Adams, un disco homónimo (algo poco habitual para ser un décimo cuarto álbum), es otro punto de ruptura y ya hemos perdido la cuenta. Tras el disco anterior, "Ashes & Fire", en el que su versión más acústica dio un muy buen álbum que ha dejado su eco hasta hoy, han pasado tres años en los que la expectativa ha ido creciendo y alimentándose.
Pero este nuevo trabajo es menos cercano a la tradición americana y más cercano al Rock and roll de los ochenta, dónde la importancia está en las sensaciones, más al estilo de los 80, más puro y sencillo.
Digamos que habrá a quien este disco decepcione, pero sólo a aquellos que tengan su idea de lo que Ryan debía hacer. Muchos dicen que Ryan Adams siempre da una de cal y otra de arena, y yo digo que es un artista anárquico que hace lo que le da la gana en cada disco. Y nadie puede negar que siempre hay temas que salvaguardar: Gimme Something Good, Trouble o My wrecking ball (habéis leído bien), son temas que guardar bien en vuestra lista de reproducción.