
Largos son los ríos que recorren el cuerpo y las ciudades. Tan grandes que presencian los abrazos y las guerras. El Danubio puede ser azul y contaminado, pero ha presenciado la historia de aquellos que se acercaron, en ese pensamiento blanco que a veces te atrapa, a ver su reflejo en el río.
Rumanía es cálida y huele a maíz, así pudo comprobarlo el contraste de mi abrigo gris con los árboles rojos y ocres del otoño. Pero Rumanía es, ante todo, un poso de folklore indiscutible. Descubro en mi viaje intrépido a un grupo que mezcla dicho folklore musical con la tradición más gipsy de Europa del Este. The Zuralia Orchestra hace su aparición guerrera con una artillería de trompetas, tubas y clarinetes que mueven sin cesar a una musa zíngara que rota sobre su belleza. Descubro que el grupo no tiene ningún álbum editado y me emociono, puesto que ese guateque casi salido de una película de Kusturica sólo es posible en directo. Suena “Ela Ela”, en tono festivo y uno comprende que la magia de los países tacha sin lugar a dudas a las fronteras. Puedo comprender, en ese momento, por qué sienten como sienten y bailo, eso sí, como si no hubiera mañana. Porque mañana son las aguas del Danubio y allí, entre pájaros migrantes de final de verano, al contrario que ellos, uno no necesita irse. Buen miércoles.