
Quien me conoce sabrá que Damien Rice es un cabeza de cartel en mi discografía; un icono irremediable dentro de toda las variantes de música que pueden poblar mis listas de reproducción.
La sensación de ponerme a escuchar por primera vez su nuevo trabajo estaba plagado de dudas, lo confieso: tras ocho años las expectativas son muchas, sobre todo tras haber trillado sin parar sus dos discos anteriores, casi sin descanso. Y realmente, no ha sido ninguna decepción.
Creo que debería confesar que tampoco ha sido el gran descubrimiento catártico que podría haber sido, como cuando cayó en mis oídos aquel primer disco llamado 'O', pero este disco simplemente ha venido a demostrar que Damien Rice sigue existiendo, y sigue haciendo aquello que hizo hace una década. Y lo hace tan bonito, tan suave, tan rabioso, tan brutal y desgarrador, volátil, estable, limpio, perfecto, que se le perdona todo.
No ha reinventado la rueda: ha hecho lo que hace Damien Rice. Al menos hasta ahora.