
Érase una vez un músico de nombre Sufjan Stevens cuya máxima aspiración en la vida era componer un disco por cada estado norteamericano. Como todo proyecto en fase inicial, la ilusión vencía a los miedos y las ganas superaban cualquier altibajo; de ahí “Michigan” (2003) e “Illinois” (2005). La prensa pronto pondría el foco en la hazaña quijotesca de este hombrecillo que ocultaba su mirada bajo la visera de una gorra, pues con algo había que rellenar las páginas de los suplementos culturales ya que el papel, lejos de morir, revivía. Todo era paz y armonía hasta que las ganas cedieron y el hastío se instaló en tan ambicioso proyecto. ¿Qué hacer?, se preguntó nuestro protagonista.
Carpetazo y a otra cosa, mariposa; lo mejor que se puede hacer en situaciones de bloqueo. Sufjan se embarcó así en proyectos menos épicos pero no por ello peores. De este punto de inflexión nació “The Age of Adz” (2010), un disco inusual en cuanto a temática ya que se centraba en aspectos existenciales del propio autor. Los artificios narrativos en las letras, lejos, porque le tocaba el turno a la sencillez de lo primario.
Cuatro años después del lanzamiento de ese disco, los seguidores de dSong pudieron disfrutar de “Vesuvius” en un día caluroso de mayo. Algunos quisieron saber si Sufjan Stevens reanudaría algún día su gran hazaña; otros, en cambio, escucharon la canción con la cabeza puesta en las próximas vacaciones. Pero todos, todos, fueron felices y comieron perdices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.