El verano en Roma balancea con suavidad los cuerpos pomposos de las chicas. Una monja mira al suelo y el mismo río sobre el que escupieron los emperadores se lleva el resuello del resto de los mortales. Bajo las hojas verdes a contraluz la decadencia no pasea, porque yace en duermevela regocijándose en el placer y en el ser. En este escenario en que los personajes bailan al sol con la misma ropa, la cuerda frotada hace el resto.

“Music of Vladimir Martynov” (2012) es el nombre del álbum que sirve a Kronos Quartet para dibujar una paleta brillantísima derivada de cuatro canciones. El tema “The Beatitudes” bien define esa bondad con que Paolo Sorrentino se introduce en el retrato de un periodista en tiempos bajos, un dandy impoluto venido a menos en el camino de la búsqueda de la gran belleza. Y de ahí la gran película.

“La gran belleza” (2013) es un film sublime por su relato, por la semilla que germina  en la sencillez, en realidad, de su mensaje, pero también por el hilo musical constante que compone la vida y compone también la belleza y su muerte. Y su contradicción. Magistral banda sonora para recomponer los pasos, poner los posos y henchir la ciudad sin llenarla nunca. Indispensable.