Me gusta imaginar la vida de la gente, fantasear con su día a día; por eso puedo ver a Manuel caminando por una calle sin nombre de Madrid. Llueve, pero no lleva paraguas porque lo ha olvidado en el local de ensayo. Seis meses después de la publicación de “H”, los preparativos de la gira implican tanto trabajo que todos pierden la noción del tiempo. Los acordes finales de “Desierto” aún le hacen dudar. Camina sin rumbo hasta que una guitarra clásica en un escaparate llama su atención, así que se recompone el pelo húmedo y entra en la tienda. Esa misma noche sienta las bases de “Pequeño y plateado” (2013), algo diametralmente opuesto a lo que toca con Havalina.

Este acto espontáneo de comprarse una guitarra clásica bien podría considerarse un hito en la carrera de Manuel Cabezalí, quien no sólo es la cabeza visible de Havalina, una banda de rock ya consolidada. Su pasión por la música le ha llevado a producir los trabajos de Berlina, Rufus T. Firefly o Pasajero, así como a tocar la guitarra para Russian Red, Álex Ferreira y Christina Rosenvinge. Nunca antes se había planteado desarrollar un proyecto en solitario, quizás por la falta de tiempo, pero esa guitarra le animó a enfrentarse al público como Cabezalí, a secas.

Si “H” se enmarca en el rock de sonidos oscuros y melodías desgarradoras, “Pequeño y plateado" (2013) da paso a un oasis de temas próximos a la canción de autor. “Amor felino II” abre el disco con una sencillez que acongoja; al principio recuerda a José González, de hecho Cabezalí reconoce que el escuchar a menudo al cantautor sueco ha influido en el proceso creativo del disco. A la guitarra se le unirá más tarde un violonchelo, creando una atmósfera intimista perfecta para escuchar en días de lluvia, lejos del ruido.